Luz Carmela Vásquez Sifuentes,
a quien la prensa cajamarquina, después de su muerte la llamó Carmelita, apareció sin vida en el
hospital de Cajamarca. La niña había
sido trasladada de la casa de su empleador donde trabajaba como niñera,
al nosocomio local. Contaba con 13 años de edad y era hija de una madre humilde
llamada Teófila Sifuentes Flores, quien también trabajaba para poder dar de
comer a sus hijos.
La niña, sin vida,
estaba ya tendida como hoja arrancada de su rama en uno de los cobertores del
hospital regional. El caso fue tomado por un sector de la prensa y se difundió
en toda la ciudad. El día 01 de agosto
del año 2000, se inició el calvario para la señora Sifuentes, Carmelita apareció sin vida.
_ Tú trabajas mucho
por nosotros, deja que te ayude mamita_ le había dicho la niña a su progenitora
después de ver que no alcanzaba el dinero que ganaba doña Teófila. Carmelita,
luego de dejar sus estudios, se dedicó a buscar trabajo a pesar de que su madre
le había dicho que siguiera estudiando. Sin embargo, ella ya tenía en mente
contribuir con el ingreso económico de su familia sin saber que encontraría,
también, la muerte a corta edad.
A los pocos días de
tanto buscar empleo, una amiga de la señora Teófila, convenció a que su hija
vaya a trabajar en la casa de una familia de apellido Pereira. Sin perder
tiempo Carmelita comenzó a trabajar como niñera-niña: cuidaba a Joanna, una
niña de una familia de condición económica acomodada gracias a la presencia
minera en Cajamarca. La hija de doña
Teófila ganaba, al mes, cien soles, sin ningún otro beneficio.
Corrían las horas
del día 01 de agosto del 200. A la señora Sifuentes le avisaron que su hija
se había puesta mal de salud y que la
habían llevado al hospital regional de Cajamarca. Ella, desesperada y con el
llanto en la garganta, salió de su humilde domicilio con dirección al hospital
que aún quedaba en la avenida Mario Urteaga. Al llegar, sin ninguna compasión,
le dijeron que su hija estaba muerta. Desde ese momento, la tranquilidad, en la
señora, era incontrolable. Se puso a
llorar buscando explicaciones de la muerte de su pequeña. Exigía que la dejaran
ver a su hija, pero no la permitían.
_No me permitían
verla. Me exigían que diga de qué mal sufría. Les contestaba de ninguno. Ella
es la más sana de mis cinco hijos, nunca se enferma. Pedí que me dejaran verla.
Me botaban fuera de la morgue, de ninguna manera querían que la viera. Hasta
que empujando entré y la destapé un poquito y pude verla golpeada con una marca
en el cuello y los labios morados. Me sacaron a empujones. Yo gritaba como loca
por mi Carmelita_, declaró doña Teófila para la prensa cajamarquina como para
el diario capitalino La Primera.
Todo inició, según
las versiones de doña Teófila, cuando, por descuido, la niña Joanna, había
caído al piso y se había golpeado la
cabeza. La pequeña fue trasladada a una clínica local. Al conocer el padre el
accidente de su hija, acudió a su casa y golpeó a Carmelita violentamente. El
diario La Primera,
sobre el tema, escribe lo siguiente:
“fue furioso a su casa y la emprendió a golpes contra la indefensa Carmelita y
en el colmo de la violencia le apretó el cuello hasta asfixiarla. Cuando la
niña cayó al suelo inconsciente, se asustó y la llevó al hospital donde llegó
cadáver”. Los demás diarios locales no decían casi nada al respecto.
Ante la muerte de
la pequeña Carmelita, al responsable del asesinato, aprovechando su solvencia
económica, no le quedó inventar alguna cuartada para librarse de la
responsabilidad. “De inmediato y con el poder que le daba su status de
trabajador de Yanacocha y de contar con medios económicos, el señor Pereira ‘convenció’
primero a médicos y enfermeras y después a fiscales y jueces que Carmelita se
había caído en su cocina porque sufría de alguna enfermedad y había muerto, que
él no tenía nada que ver. Por supuesto que lo de su hijita quedó en nada porque
había sido un golpe sin importancia”, apuntó La
Primera, único diario capitalino que había hecho público
el caso. Después, César Hildebrant entrevistó a la señora Teófila, en su
programa.
La señora
Sifuentes, sola, abandonada y sin que nadie la pueda asesorar, se encontraba en
un momento de desesperación. Sólo las lágrimas de sus ojos humildes la
acompañaban. Buscaba explicaciones de la muerte de su adorada hija. Ésta, según
declaraciones de su madre, no sufría ningún tipo de enfermedad. Por el
contrario, era la más sana de todos sus hijos.
Teófila, ese día 01
de agosto, con lágrimas en los ojos que no dejaban de escurrirse por su tez marchita, luchaba para que la dejaran ver a
Carmelita. Empero, al interior
del hospital, ya se había armado un argumento que era el siguiente: “Entonces empezó la
maquinaria a repetir que no dejaban ver el cadáver de la niña porque habían
descubierto que sufría de un mal que podía contagiar, para después emitir el
diagnóstico embolia pulmonar aguda por embolo metastásico". La madre de la
niña no creí en ese argumento, porque sabía muy bien que su hija no sufría de ningún mal. Algunos
medios locales, reducidos, la apoyaron en buscar, desde ese primer día,
justicia. Justicia que la llevó hasta el final de la verdad.
“Teófila tenía la
certeza de que Pereira y su esposa tenían que ver con la muerte de su Carmelita
y empezó su vía crucis por todos los medios de comunicación de Cajamarca. Hasta
que se presentó su hada madrina en la persona de la vicedecana del Colegio de
Periodistas, Consuelo Lezcano, quien desde entonces se convirtió en su
protectora y juntas empezaron su lucha por alcanzar justicia. También de Iván
Salas, Vicepresidente del Frente de Defensa de los intereses de Cajamarca y del
periodista Andrés Caballero. ‘Sola no hubiera logrado nada’ ”.
Sin poder hacer algo, la señora no tuvo más que contemplar el entierro su hija
en el cementerio local; sin embargo, ya tenía en mente llegar a la verdad.
La madre de la niña
asesinada, después de enterrar el cadáver de su hija, después de vender el único terreno que tenía, se
trasladó a la ciudad de Lima en busca de la verdad, en busca de justicia que
tanto buscan los pobres y nunca encuentran, en busca de las causas por la que
murió Carmelita, en busca de las pruebas legales del asesinato y, de este modo,
agregar una prueba más en el juicio. Tuvo que dejar sus demás hijos por buscar
justicia.
En la capital
limeña, sin tener donde hospedarse, sin tener donde pasar la noche, sin tener
qué comer, la madre dolida espiritualmente, comenzó a gestionar a que médicos
legistas llegaran a Cajamarca y exhuman el cadáver de su hija. Pero la
exhumación del cadáver no fue nada gratis, la señora Sifuentes, a pesar de su
pobreza, tuvo que pagar una fuerte suma de dinero. “En las noches dormía en el
Parque Universitario, pero no me importaba, quería que se compruebe la verdad
de la muerte de mi hijita", declaró la señora no sólo al diario La Primera, sino a la
prensa cajamarquina que le ayudaba.
En Cajamarca había
personas que la apoyaban desinteresadamente, entre ellas eran: Consuelo
Lezcano, periodista cajamarquina; Ivan
Salas y Andrés Caballero, también periodistas. Éstos estuvieron muy
cerca de la señora Sifuentes apoyándola espiritual y económicamente. Sin
embrago, hubo un periodista que, lamentablemente, se aprovechó de la situación
en que vivía la señora Teófila. Ese periodista, quien hacía de reportero y
entrevistador en algunos canales televisivos, quien estaba inmerso en muchas
actividades periodísticas y hasta como
maestro de ceremonia, se aprovechó del dolor y de la pobreza de la madre en
desgracia. Negoció_ según las declaraciones de la madre de Carmelita_ algunas
fotografías que le había entregado la señora Sifuentes con la intención que la
publicara. Empero, lo que sucedió es que, el periodista, se había dirigido a
uno de los familiares de los responsables de la muerte de Carmelita para vender
las fotos y hacerse de esta manera de un poco de dinero. La conciencia, a ese
hombre de prensa, le debe estar matando en vida. Este hecho vergonzoso, para
los hombres que practican el periodismo, fue denunciado, en muchas
oportunidades, en diversos medios de comunicación local por la señora Téofila
con el llanto en la boca.
Los médicos legistas,
por fin, llegaron a Cajamarca. No bien
arribaron emprendieron el trabajo por lo que habían venido: exhumar el cadáver
de la niña Luz Carmela Vázquez Sifuentes. La prensa Cajamarquina, de los
escasos periodistas que se habían interesado del caso, estuvo presente en la
exhumación. Del mismo modo, la presencia de la señora Sifuentes, con lágrimas
que bañaban todo sus pómulos tersos y maltratados, conmovía no sólo a las
autoridades legales; sino a las personas que habían ido a acompañar a la dolida
madre.
Los médicos, luego
de exhumar el cadáver, examinaron paso a paso el cuerpo inerte y descompuesto
de la niña. Después concluyeron que ella había sido muerta por una mano
extraña que pertenecía a una persona,
conclusión que tiro por los suelos el argumento de los médicos del hospital
regional de Cajmarca que habían visto el caso. “Y la verdad fue revelada cuando
los médicos limeños examinaron el cadáver de Carmelita y comprobaron que tenía
huellas de golpes en diferentes partes del cuerpo y que había sido asfixiada,
dando su diagnóstico final ‘asfixia mecánica por mano ajena’”, dio a conocer el
diario La Primera.
La madre de la
niña, al conocer que su hija había sido asfixiada por una mano ajena, estalló
en llanto que por momentos parecía que le hacía desfallecer. Sin embargo, ella
era fuerte y con palabras concisas y llenas de dolor dijo:
_ Yo sabía que a mi
hijita la mataron _
La exhumación del cadáver permitió que la
persona responsable fuera procesada y condenada por el poder judicial. “Pereira
fue condenado a la suave pena de 4 años de prisión y 10 mil soles de reparación
civil, pero ante la apelación del abogado ad-honorem de Teófila, aumentaron la
pena a cinco años. Pero por esas cosas extrañas que suceden, ahora resulta que
según la policía cajamarquina, Pereira no es habido y por lo tanto no puede
cumplir su sentencia”, concluyó su artículo el diario La
Primera.
La sentencia contra
el responsable se hizo público no sólo en los medios locales; sino a nivel
nacional. El juez encargado del caso dio el veredicto, empero el acusado seguía
libre. La señora Sufuentes, al ver que el acusado no era detenido, inició a
visitar los medios de comunicación para exigir a las autoridades cumplan con la
ley, la justicia."Estamos recurriendo a todas las instancias para lograr
que se haga justicia a esta madre. Hemos tocado las puertas del Congreso de la República y de otras
instituciones y así seguiremos, este crimen no debe quedar impune", dijo
la señora Lescano con la esperanza que
algún día el responsable pague su pena no a la justicia; sino ante su
conciencia misma como Calígula lo pago en vida.
A mediados de 2008,
en el mes de junio, la señora Sifuentes volvió a los medios de comunicación con
la intención de seguir buscando la justicia que aún no la tenía. La justicia
que castigara al responsable de la muerte de su pequeña hija, ésta que fue
estrangulada por manos de un enfermo. “No pararé hasta que el responsable de la
muerte de mi hija cumpla con su castigo. Me han amenazado, pero yo continuaré
hasta el final, hasta donde pueda ir. Pido a las autoridades del Poder Judicial
que hagan justicia”, declaró a la prensa la señora. En estas declaraciones ella
volvió a declarar del comportamiento del aquel periodista que se aprovechó del
dolor de la madre de Carmelita. De esta manera, la humilde madre, vivía sólo
para buscar justicia para su hija a quien tanto adoraba.
Después de dos
años, cuando la muerte de Carmelita había desaparecido de las redacciones de
los medios, la señora Teófila Sifuentes volvió a declarar a los periodistas
cajamarquinos. Era lunes del 05 de abril del 2010. Para ese día había sido
programada la sentencia para los responsables de la muerte de su hija; sin
embargo lo habían suspendido para otra fecha del mismo mes. “No pararé hasta
encontrar justicia por la muerte de mi hija”, insistió en declarar ante la
prensa. Para el 08 de junio del mismo
año la señora Teófila, con ayuda de la periodista Consuelo Lezcano, denunció a la prensa
cajamarquina quejándose porque el Poder Judicial pretendía archivar el
caso. Del mismo modo daba a conocer las
amenazas que recibía de la familia procesada por la muerte de su hija.