NOCHE DE FIN DE SEMANA
Esa noche de
fin de semana, cuando el frío era punzante y el viento hacía flamear el cuello
de nuestras chaquetas, se escuchó el diálogo de dos personas quienes se
encontraban en una esquina de la sala de la cafetería donde la sombra de una
lámpara los ocultaba a ambos.
El diálogo
era el siguiente:
_Buenas
noches, ¿me permite que me siente?
_ Pero…
¡claro!
_ ¿O está
esperando a alguien?
_ No,
siéntese… no espero a nadie.
_ Mi nombre
es José, José Noam.
_ Qué gusto,
encantada de conocerlo, señor Noam.
_ El gusto es
mío.
_ ¿Usted
espera a alguien?
_ No, sólo
vine a tomar un café y a sentir el vivir de esta ciudad andina llamada
Cajamarca.
_ ¿Solo?…
¿Sin ningún amigo o amiga con quien charlar en esta noche álgida?
_ Sí, solo.
Porque sentí estar solo hasta que la noche me envuelva en sus pliegos oníricos
y profundos.
_ ¿Cómo se
fijó de mí?
_ No sé, sólo
alce la mirada y, de allá, de la esquina de la otra mesa, la vi tan sola como
esperando a alguien. Después me di cuenta que a nadie esperaba. Y mirándola de
reojo me pregunté: “¿qué motivos me impiden acompañar a una señorita que se
encuentra sola en una cafetería, en una cafetería tratando de dejar pasar el
tiempo?”
_ Sólo
decidí, también, tomarme un café.
_ ¿Sola?
_ Sí, sola,
pero… ¿acaso es un problema tomarse un café sola?
_ No lo es.
_ ¿Entonces?..
_ Perdón, qué tonto soy y qué pregunta más…
_ No, no me
pida perdón, sólo sé que se equivocó y por eso no es necesario que me pida
perdón
Las campanas
menores de la iglesia Catedral iniciaron a repeler campanazos agudos en número
de nueve, señal de las veintiún horas del día viernes fin de semana. La
cafetería se ahogaba con olor a café y a cigarrillo. Desde la cima de la
iglesia San Francisco, un ave oscura remaba con sus lentas alas con dirección a
la colina Santa Apolonia. Las nubes se habían disipado en el firmamento andino,
la luna llena rodaba de este a oeste.
_ ¿Cuál es su
nombre?
_ ¿No le dije
mi nombre?
_ No, sólo me
dijo que había venido a tomarse un café.
_ Me
llaman Dolí, pero realmente soy María
Dolores Trujillo.
_ ¿A qué se
dedica?
_ Soy abogada
de profesión y madre que hace de padre.
_ ¿Cómo es
eso madre que hace de padre?
_ ¿Qué, no
entiende, no...?
_ ¡Ah!…Qué
lástima.
_ ¡Lástima!…
de qué, ¿por ser abogada?
_ No, nada de
eso.
_ Entonces,
por qué dice qué lástima.
_ Por la
rabia y tristeza que usted muestra. Lo otro no es ningún pecado:ser madre
soltera. Además, una mujer como usted no puede, por motivo alguno, ser dejada
de lado. Ningún canalla, ningún patán, ningún…
_ Pero existe
ese canalla, señor Noam. ¿Quiere que le diga cómo es ese desgraciado?
_ No, no es
necesario.
_ Han de
haber muchos como él, que la sociedad los protege, los adula…
_ ¿Usted
cree?
_ Por
supuesto.
_ Usted, que
conoce las leyes, ¿por qué no denuncia a ese irresponsable?
_ No vale la
pena, sólo me basta estar junto a mi hijo.
_ Haber_
poniendo las manos de él sobre las de ella_ dígame ¿por qué no vale la pena?
_ No lo sé,
pero sí sé que es un desgraciado.
_ Tranquila,
no se deje dominar por las malas emociones. Hace daño. Pero…dígame, ¿cuál fue
el motivo por la que la dejo?
_ No lo
sé…bueno ¿a qué viene tantas preguntas?, ¿se ha venido a la cafetería a tomarse
un café o a interrogarme?, ¿se acercado a interrogarme o hacerme compañía?
_ Sólo
curiosidad, perdón.
_
¿Curiosidad?, ¿de qué?
_ Para
conocerla...
_ Ya me está conociendo_ Ella tragó un sorbo más de café de la taza de
color nogal barnizado_ He hablado de mí,
pero usted no me ha dicho nada de su vida.
_ ¿Qué quiere
que le digade mí?
_ No sé, la
misma pregunta que me hizo.
_ ¿Cuál?
_ ¿A qué se
dedica?
_ Soy
periodista y profesor.
_
¡Periodista! Carajo_ dejó, sorprendida, la taza que aún la tenía en su mano derecha.
Su voz volvió a encenderse de ira.
_ Sí,
periodista, ¿dije algo malo?
_ ¿Por qué no
me dijo antes que era periodista?
_ Pero, ¿cuál
es el problema?
_De haber confesado mi vida privada, seguro
que ha de publicarlo, seguro que he de
salir en algún reportaje en el suplemento de fin de semana, seguro…
_ Un momento señora Doli, ni siquiera
comienza a conocer algo de mí, ni termina…
_ Ni termino de conocer quién es usted.
_ ¡Exactamente!
_ Discúlpeme.
_ No pida disculpas. Usted me enseñó a pensar
así.
_ Pero por esta vez discúlpeme.
_ La verdad es que…No estoy haciendo ningún
trabajo periodístico, sólo he venido,
como usted, a tomar una taza de café, a dejar pasar los minutos de la
noche, a matar este insomnio que cabalga en mi lecho de velas y, a esperar, en
este fin de semana, que me dé ganas de ir a dormir. Y a esperar, también, que
la soledad se duerma y yo pueda descansar con tranquilidad. Porque a veces
siento que la soledad se disgusta con migo y me pone en nostalgia.
_ Bueno, a qué más se dedica.
_ Soy profesor, profesor de letras:
literatura.
_ No, mejor dicho si es casado o soltero.
Eran las diez
de la noche. Los mozos, de una mesa a otra, como si estuviesen en
concurso, pasaban los cafés humeantes.
La mujer volvió a tomar un sorbo más de café y escuchó a su interlocutor.
_ Soy soltero. Un joven que se amista y
discute con la soledad que por momentos me tiene entre sus garras y me arrastra
en vuelo. Pero a veces la someto a mis dominios.
_ ¿Cómo puede vivir un joven tan solo como
usted?
_ ¿Cómo?... vive así como usted lo hace: como madre soltera. Así como
está usted aquí tomándose un café que
sabe a amargo porque así lo desea. Así como usted está inmerso en sus leyes. Así
como en este fin de semana tratando de conocer a una persona como usted. Así se
vive, entre los vaivenes de la vida, que nos da oportunidades o nos arroja al
espacio reciclado. Todo depende de lo malo o bueno que podamos hacer.
_ No, me refiero sin compañía de una mujer, a
la mujer que quiera
_ ¡Ah…a eso se refería! Pero… ¿qué es usted,
acaso no es mujer?
_ Sí, soy mujer. Me refiero a la mujer que
ame. A la mujer que…
_ Ya la comprendí. Cómo no voy a estar acompañado de la mujer que amo, si a ella acabo de conocerla
_ ¿Dónde?, ¿cuándo?, ¿quién es?_ se apresuró
a preguntar ella.
Las dos tazas
quedaron vacías sobre la mesa color nogal. La Luna, en toda la noche, circulaba
como un disco ceniciento. La ciudad andina comenzaba a quedar en silencio. Las
dos personas que dialogaban en la cafetería dejaron atrás el ambiente y se
perdieron tras tomar un taxi. Después de media hora, ambos en sus propios
tálamos de sus respectivas viviendas, trataban librarse de la soledad. Era la
una y treinta minutos de la madrugada.
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