Cuando nadie podía imaginarse, la noticia de la rebelión de los caxamarcas no sólo llegó a la capital limeña de legado colonial, sino que dio la vuelta al mundo y puso en apuros a un gobierno traidor_ como lo han expresado los herederos de los Cuismanco en las movilizaciones_ y que, ante la ausencia de estrategias y estrategas políticos, tuvo que acudir a la amenaza militar. El gobernante, elegido por los caxamarcas, trajo a la tierra de Toribio Casanova, de José Gálvez y de José Villanueva, militares para intimidar y demostrar, equivocadamente, que presencia de militares y realizar desfile en la plaza principal es presencia de Estado. Una vez más un Estado nulo, manipulable y cómplice. Problema histórico del Perú.
La rebelión surgió sobre la base de los abusos de una empresa minera que actuaba y actúa impunemente desde inicios de los noventa con el aval de un Estado corrupto, inconfiable y cleptocrático. Sobre la razón de la defensa de las aguas en cabeceras de cuenca que no sólo beneficia a cientos de campesinos en la agricultura y ganadería, sino a los pueblos y ciudades que se ubican en los valles andinos de Cajamarca. Ante la ausencia de un Estado que haga cumplir las leyes, los caxamarcas marcharon para hacerlos cumplir pacíficamente y hacerse respetar. La única arma que llevaban era la frase que se escuchaba por las calles y hacía doler la ambición del poder económico: ¡agua sí, oro no!
La protesta se dio en dos espacios: arriba en la cordillera a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, donde se encuentran las lagunas y los bofedales fuentes de agua y ambición del oro de las mineras, y donde el frío es sólo solidario con el comunero y no con los militares y policías. Aquí, comuneros entre hombres, mujeres y niños se posicionaron ante sus lagunas para defenderlas. En un primer enfrentamiento los comuneros fueron masacrados y cayeron heridos de bala por la policía y el ejército peruano. Alberto Izquierdo, Saúl Maluquish, Carlos Cabrera habían sido atravesado por balas. Sus vidas estaban en riesgo.
El gobierno y la empresa minera retrocedieron y suspendieron el proyecto denominado Conga. La rebelión de los caxamarcas había logrado su primera victoria. Pero ellos querían la suspensión definitiva del proyecto porque amenazaba la vida. Sin embargo el poder político y económico ya había concertado.
El otro escenario de lucha fue las calles y las plazas principales de la ciudad de Cajamarca, donde no sólo protestaban los ciudadanos adultos, sino también niños y jóvenes estudiantes de colegios y universidades. Pancartas en mano los manifestantes pedían la vida y no la minería irresponsable y abusiva. La lucha se había organizado espontáneamente. Provisiones comenzaron a subir de la ciudad a los comuneros que estaban apostados arriba en las lagunas. Las protestas en las calles y plazas cada vez crecían más. La lucha por el agua y la vida comenzaba a tomar fuerza y conciencia. El miércoles 30 de noviembre la concentración de la protesta rebalsó la plaza principal y comenzó a preocupar al gobernante que habían elegido los caxamarcas. Los dependientes empresarios de la minería también comenzaron a protestar calificando a la masa de radicales y subversivos. A aquellos sólo les preocupaba el dinero y no el agua y la vida. Estaban cegados por el dinero.
Esta rebelión, de estar vivo José María Arguedas, hubiese presenciado con alegría y lágrimas. Hubiese visto lo que tanto soñaba: la rebelión de los indios no sólo de Puquio, sino de todo el Perú, de los indios que eran maltratados por el hacendado que hoy es reemplazado por el empresario de una trasnacional minera. Si estuviese vivo hubiera presenciado la rebelión de los herederos sus padres y abuelos que padecieron los abusos del gamonalismo. Hubiera presenciado la indignación de los campesinos de Huasmín, Sorochuco, El Tambo, Bambamarca con el apoyo de miles de pobladores citadinos. Hubiese presenciado la rebelión de los Mistis unidos ya no con el indio, sino con el campesino instruido contra la trasnacional minera y el Estado cómplices. Hubiese llorado de alegría al ver que al fin dos castas, como el lo llamaba, se habían unido para luchar por la libertad de vivir sanamente.
La protesta llegaba al quinto día. Aún la población seguía en las calles. Los dirigentes, la autoridad regional y los alcaldes, con el pueblo en su mayoría, seguían pidiendo la anulación del proyecto minero que originaba el conflicto. Pero el Estado insistía en el diálogo camino en que la población citadina y los campesinos no confiaban porque está tan desprestigiado como el mismo Estado y la empresa minera que nadie la quiere.
El gobierno y la prensa limeña acusaban a los cajamarquinos de radicales, senderistas, subversivos e intolerantes. El directivo de la organización que dice representar a los empresarios hizo lo mismo y había viajado a la capital para pedir al gobierno que reprima y meta bala a la población que tan sólo protestaba por el agua que la empresa minera pretende destruir. La historia juzgará a este empresario que traicionó a Cajamarca.
El Estado sitió Cajamarca con policías especializados en ataque y con militares de las fuerzas armadas. Su objetivo era atemorizar. Confundía presencia de Estado con presencia de militares. Pretendía solucionar un conflicto con las armas y el terror. Pero los cajamarquinos, las autoridades y los dirigentes no cayeron en la provocación. Sólo lucharon y lucharán con la razón: defensa del agua.
Ante la insistente inoperancia de los ministros, que llegaron a la ciudad del Cumbe, que amenazaron a que se firme el acta sin que las autoridades consulten a sus bases para suspender el paro, el diálogo se rompió. Después en conferencia de prensa el primer ministro reconoció el error. A los pocos minutos se anunció el Estado de Emergencia. Cajamarca fue pisoteada por las botas de policías y militares. Alguien, en los próximos meses, tendrá que desagraviarla.
La historia de Cajamarca registrará el hecho y juzgará a los que permitieron que la mancillen, y los que la traicionaron, paguen con su conciencia.
La rebelión surgió sobre la base de los abusos de una empresa minera que actuaba y actúa impunemente desde inicios de los noventa con el aval de un Estado corrupto, inconfiable y cleptocrático. Sobre la razón de la defensa de las aguas en cabeceras de cuenca que no sólo beneficia a cientos de campesinos en la agricultura y ganadería, sino a los pueblos y ciudades que se ubican en los valles andinos de Cajamarca. Ante la ausencia de un Estado que haga cumplir las leyes, los caxamarcas marcharon para hacerlos cumplir pacíficamente y hacerse respetar. La única arma que llevaban era la frase que se escuchaba por las calles y hacía doler la ambición del poder económico: ¡agua sí, oro no!
La protesta se dio en dos espacios: arriba en la cordillera a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, donde se encuentran las lagunas y los bofedales fuentes de agua y ambición del oro de las mineras, y donde el frío es sólo solidario con el comunero y no con los militares y policías. Aquí, comuneros entre hombres, mujeres y niños se posicionaron ante sus lagunas para defenderlas. En un primer enfrentamiento los comuneros fueron masacrados y cayeron heridos de bala por la policía y el ejército peruano. Alberto Izquierdo, Saúl Maluquish, Carlos Cabrera habían sido atravesado por balas. Sus vidas estaban en riesgo.
El gobierno y la empresa minera retrocedieron y suspendieron el proyecto denominado Conga. La rebelión de los caxamarcas había logrado su primera victoria. Pero ellos querían la suspensión definitiva del proyecto porque amenazaba la vida. Sin embargo el poder político y económico ya había concertado.
El otro escenario de lucha fue las calles y las plazas principales de la ciudad de Cajamarca, donde no sólo protestaban los ciudadanos adultos, sino también niños y jóvenes estudiantes de colegios y universidades. Pancartas en mano los manifestantes pedían la vida y no la minería irresponsable y abusiva. La lucha se había organizado espontáneamente. Provisiones comenzaron a subir de la ciudad a los comuneros que estaban apostados arriba en las lagunas. Las protestas en las calles y plazas cada vez crecían más. La lucha por el agua y la vida comenzaba a tomar fuerza y conciencia. El miércoles 30 de noviembre la concentración de la protesta rebalsó la plaza principal y comenzó a preocupar al gobernante que habían elegido los caxamarcas. Los dependientes empresarios de la minería también comenzaron a protestar calificando a la masa de radicales y subversivos. A aquellos sólo les preocupaba el dinero y no el agua y la vida. Estaban cegados por el dinero.
Esta rebelión, de estar vivo José María Arguedas, hubiese presenciado con alegría y lágrimas. Hubiese visto lo que tanto soñaba: la rebelión de los indios no sólo de Puquio, sino de todo el Perú, de los indios que eran maltratados por el hacendado que hoy es reemplazado por el empresario de una trasnacional minera. Si estuviese vivo hubiera presenciado la rebelión de los herederos sus padres y abuelos que padecieron los abusos del gamonalismo. Hubiera presenciado la indignación de los campesinos de Huasmín, Sorochuco, El Tambo, Bambamarca con el apoyo de miles de pobladores citadinos. Hubiese presenciado la rebelión de los Mistis unidos ya no con el indio, sino con el campesino instruido contra la trasnacional minera y el Estado cómplices. Hubiese llorado de alegría al ver que al fin dos castas, como el lo llamaba, se habían unido para luchar por la libertad de vivir sanamente.
La protesta llegaba al quinto día. Aún la población seguía en las calles. Los dirigentes, la autoridad regional y los alcaldes, con el pueblo en su mayoría, seguían pidiendo la anulación del proyecto minero que originaba el conflicto. Pero el Estado insistía en el diálogo camino en que la población citadina y los campesinos no confiaban porque está tan desprestigiado como el mismo Estado y la empresa minera que nadie la quiere.
El gobierno y la prensa limeña acusaban a los cajamarquinos de radicales, senderistas, subversivos e intolerantes. El directivo de la organización que dice representar a los empresarios hizo lo mismo y había viajado a la capital para pedir al gobierno que reprima y meta bala a la población que tan sólo protestaba por el agua que la empresa minera pretende destruir. La historia juzgará a este empresario que traicionó a Cajamarca.
El Estado sitió Cajamarca con policías especializados en ataque y con militares de las fuerzas armadas. Su objetivo era atemorizar. Confundía presencia de Estado con presencia de militares. Pretendía solucionar un conflicto con las armas y el terror. Pero los cajamarquinos, las autoridades y los dirigentes no cayeron en la provocación. Sólo lucharon y lucharán con la razón: defensa del agua.
Ante la insistente inoperancia de los ministros, que llegaron a la ciudad del Cumbe, que amenazaron a que se firme el acta sin que las autoridades consulten a sus bases para suspender el paro, el diálogo se rompió. Después en conferencia de prensa el primer ministro reconoció el error. A los pocos minutos se anunció el Estado de Emergencia. Cajamarca fue pisoteada por las botas de policías y militares. Alguien, en los próximos meses, tendrá que desagraviarla.
La historia de Cajamarca registrará el hecho y juzgará a los que permitieron que la mancillen, y los que la traicionaron, paguen con su conciencia.
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