
Artículo tomado de Diario16.pe
Pintas de Sendero Luminoso en Cajamarca (donde ni siquiera pudo ingresar en su momento de mayor auge gracias a las rondas campesinas); campaña llena de falacias contra la Corte Interamericana de Derechos Humanos porque exige no a la liberación de terroristas ni sanción a los héroes que rescataron a los rehenes de la embajada del Japón, sino que se respeten las formalidades jurídicas mínimas; inicio de proceso de revocatoria de la alcaldesa de Lima porque es de izquierda (¿o serán tan oligofrénicos que pensarán efectivamente que una porción de arena llevada por el mar justifica tal medida?), etc., son parte del langoy que, con euforia digna de mejor causa, nos quiere vender en estos días la maquinaria mediática de esta derecha ya formalmente definida como “bruta y achorada”.
Para ella, ahora resulta que defender los derechos humanos, exigir respeto por la voluntad popular democrática, subrayar que el Estado debe alejarse de los intereses mercantilistas de los grupos de poder, es una caviarada, y que la suya es la bandera moderna del liberalismo (¿?).
La verdad es que este sector de la derecha peruana de liberal no tiene nada. Es más, no debe haber leído ningún párrafo de los textos liberales fundamentales. Es el residuo ideológico del antiguo régimen, que sigue creyendo que los derechos son más importantes para unos que para otros, que el bienestar de las empresas vale más que el funcionamiento de una economía de mercado, que se escandaliza por las prebendas populistas pero ni se ruboriza por los enjuagues mercantilistas que aún definen el grueso de las decisiones de nuestra política económica; en suma, una derecha a la que la democracia le sigue pareciendo un instrumento sólo válido cuando le cae a pelo.
Por cierto, esta derecha tradicional tiene derecho de existir y de querer hacer valer sus criterios ideológicos. Pero lo que resulta inadmisible es que nos quiera vender el cuentazo de que detrás de sus perfomances anida una genuina preocupación por el país, por los pobres y por las libertades democráticas. Peor aún, que se autodefina como liberal, cuando no pasa de ser una malagua de intereses que busca solo el usufructo del poder que siente haber perdido. Es solo eso lo que la anima y enerva. Su propia estrategia la pone al descubierto: se quiere vender como aria de la modernidad cuando no es más que el grito de la caverna.