Rondas campesinas de Bambamarca |
Si bien el
indigenismo, que surgió por los años veinte del siglo pasado, que surgió como
corriente ideológica, tuvo su momento de ebullición cuya intención era defender
al indio, al heredero del Tahuantinsuyo, al heredero de los pueblo preincas;
empero no cumplió, en el fondo, reivindicar al indio porque las atrocidades y
los abusos contra aquel heredero, después de la Independencia y durante la República,
fueron monstruosas.
Intelectuales,
escritores y artistas, frente a los hispanistas, que añoraban la colonia y el
sistema de gobierno virreinal, salieron
al frente para defender a la clase indígena. Unos lo hicieron desde el ángulo
racista y cultural, otros desde la visión social y económica y unos terceros
desde el punto de vista moral y andinista. Después hubo otros, que hablaban del
problema del indio, desde la posición del mestizaje y otros de una salida de
cooperativismo de tinte socialista. Pero hasta la muerte de José María Arguedas
en 1969, esos intelectuales y artistas sólo expusieron teorías y argumentos
pero nada pudieron hacer para que se evitaran masacres y asesinatos, de los
gobiernos de turno, contra los comuneros que, en los años veinte y cincuenta,
reclamaban la recuperación de sus tierras que les habían usurpado durante la
colonia.
Esas masacres y
asesinatos, en un nuevo contexto, se vuelven a repetir hoy pero ya no contra
aquel indio, que le engañaron que iba a ser libre con la Independencia, sino
contra el campesinado de estos días que ya no reclama tierras, sino
tranquilidad de vida en su ecosistema andino. Es decir, reclama su andinismo
que es amenazado por el capital codicioso y corruptor. Aquel andinismo del que
hablaba Uriel García en su libro “El nuevo Indio” que, a
pesar de ser publicado en 1930, todavía uno de sus postulados se ha aplicado en
las protestas contra el proyecto minero
Conga.
Un nuevo conflicto ha
surgido. Un conflicto ya no entre el hacendado o Misti (aliado con el Estado) y
el indio, sino entre la trasnacional minera (representante del capital mundial)
y el campesinado que ya no es indio, sino campesino cholo. Este campesino
cholo, que tiene algo de mestizaje pero todavía con su cultura enraizada en su
ser que la modernidad no lo ha sometido, sin ese indigenismo y sus
indigenistas, ha salido al encuentro de un modelo que siente que destruye no
sólo su cultura sino su modelo de vida. Este campesino cholo ha dicho: ¡Basta,
la vida se respeta!
El campesino cholo de
los andes de la primera década del siglo XXI, en especial el campesino
cajamarquino, que creyó en un falso político que se presentó como nacionalista
y defensor de los intereses de la clase campesina, ya no es un indio, un
comunero de “Yawar Fiesta”, sino un campesino mestizo de las comunidades de
Bambamarca y Celendín que aún la modernidad no ha terminado con su cultura. Es
un campesino cholo que no se deja someter fácilmente no sólo por el gobernante
que lo traicionó, sino por el capital voraz y amoral. Manuel Ramos, Edy
Benavides y otros campesinos apoyados por buena parte de citadinos de las provincias
de Cajamarca, Bambamarca y Celendín, en el 2011, enrumbaron la primera rebelión
del presente siglo que aún no termina. Esa rebelión lo llamaré la rebelión de
los campesinos cholos.
Luis E. Valcárcel, en
1927, en su libro “Tempestad en los andes”
anunciaba la pronta llegada de una tempestad que haría cambiar la situación del
indio de la época. Esa tempestad ha llegado con el conflicto Conga que ha hecho
tambalear no sólo la estructura corrupta del actual Estado (se tiro dos
gabinetes con su primer ministro), sino al gran capital con su ideología
neoliberal que tiene serios problemas de crisis en el viejo continente. Pero la
tempestad no es para reimplantar la estructura sociopolítica del Perú antiguo
ni para discutir que una raza es mejor que la otra, como pensaba Valcárcel,
sino para exigir respeto a ese andinismo telúrico y mágico religioso, respeta
al paisaje de la sierra que un modelo lo quiere destruir. Respeto a los cerros
donde las lagunas nacieron y son fuentes de agua, que dan vida a las comunidades donde vive el
campesino cholo de ahora. Esa tempestad aún no termina y que, posiblemente, si ese
modelo y el mundo andino no se ponen de acuerdo, termine en violencia
sometiendo el uno al otro.
Puede que sea utopía
arcaica el indigenismo que defendieron los intelectuales indigenistas del siglo
pasado, pero no se puede negar la peruanidad de los campesinos cholos de ahora.
Peruanidad expresada en reclamar derechos y respeto a sus pequeñas naciones que
forman una sola nación peruana.
Los indigenistas encendieron
la mecha del debate para defender al indio en el siglo pasado, hoy los
activistas lo hacen para defender al campesino cholo. Los hispanistas,
agrupados en la generación novencentista o arielista, redujeron al mínimo al indio
del siglo pasado, ahora políticos desprestigiados, corruptos y mal visto por la
sociedad, además de periodistas, insultan al campesino con contenido semántico
racista.
Hemos llegado al
campesino cholo de ahora desde el indigenismo del siglo pasado que salió en
defensa del indio. La cholificación ya no es utopía arcaica, sino utopía
andina.
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